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UN CUENTO PARA PENSAR
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EN LA TIERRA DE LOS INCAS

12 de Noviembre, 2008  ·  General

 

LOS BIGOTES DEL JAGUAR

UN CUENTO DE ALEJANDRO LANOËL D'AUSSENAC

 

Al principio el jaguar no tenía bigotes…

Yawar Mallku, el dios de los felinos creó a los animales a semejanza de sus hermanos de la jungla, los tapires, las onzas y las boas.

Bien distintos eran todos ellos en apariencia, pero los unía un detalle ninguno de ellos tenían bigotes.

Yawar Mallku llamó a los jaguares “príncipes de la jungla”. Les dio garras, dientes afilados para cazar, colas para guiarse en las sendas del monte, ojos para ver en la noche y una hermosa piel con manchas ocres y pardas para esconderse en la espesura.

Pero no tenían bigotes…

Yawar Mallku moraba en las altas cumbres de los Andes, donde el sol y las nubes bañaban las rocas de tonos dorados. Allá, en la antigua “Cordillera del Cóndor”, estaba su noble mansión.

Paraje hermoso y sobrecogedor el de los andes amazónicos, donde la flora impera por doquier con su exuberante tornasol de verdes brillantes como las hojas del nopal

En ese remoto paraíso de la América del Sur al que los incas llamaban “Chinchipe”, era el lugar del trono sagrado de su majestad el rey de los jaguares, señor de la selva primigenia.

Desde allí, desde lo alto del monte, su mirada abarcaba toda la extensión de la selva interminable, el mundo donde los animales vivían en completa libertad.

Su vista prodigiosa dominaba la espesura de la selva protegiendo con su poder a todas las criaturas del paraíso americano.

De tarde en tarde Yawar Mallku descendía por las verdes laderas del cerro Champaquiz (¿o Campaquiz ? ) hasta las márgenes de los ríos llaneros, los afluentes del gran Amazonas que nacían entre despeñaderos en las estribaciones de la sierra oriental.

Esa tórrida selva, cruzadas por cientos de ríos, arroyos y canales naturales, eran la milenaria morada de los jaguares. La selva húmeda donde las hojas eran enormes, tan grandes como para proteger al tapir de las torrenciales lluvias del otoño.

Nada parecía perturbar aquella paz idílica, esa relación natural entre los todos los animales. La naturaleza así lo había organizado a través de milenios. Yawar Mallku, el dios de la creación era feliz. Camina ufano el monarca de las criaturas silvestres, poseedor de los secretos más íntimos de la selva y las montañas, señor indiscutido de todo lo viviente.

Yawar Mallku caminaba por las extensas planicies, vadeaba sin dificultad los mansos ríos llaneros saludando a todos los seres vivientes de su mundo.

Un día, llegaron al confín de la selva americana los grandes barcos.

Las blancas velas de ultramar navegaron el río más grande de América. El caudaloso Amazonas, el río más grande del mundo, vio llegar a los conquistadores, orzando y derivando a contraviento las caudalosas corrientes del,

 

las vertientes del que impulsaban sus aguas hacia los remolinos del Marañón, vertientes del Amazonas.

Con su espuma turbulenta se mezclaba con el color barroso de  los ríos de llanuras hasta llegar a los bajíos, donde se reflejaban las copas de los árboles, el verdor de esa selva que era el dominio de los jaguares.

Fue allí, en las costas del mayor río de América, donde se escucharon esas extrañas voces. Como un mar interior de verdes riberas, EL Amazonas había sido el tranquilo hogar de los súbditos de Yawar Mallku. Fue allí mismo, en esos cálidos ribazos, donde oyeron por primera vez los gritos de los osados aventureros. Eran voces de mando pronunciadas en otro idioma distinto al que siempre habían oído los animales de la selva. Todo era nuevo. Nada se parecía a los sonidos del viento, ni a los olores de la selva virgen.

Los aventureros del otro lado del mundo arribaron al Amazonas con armas de acero, espingardas y arcabuces. Su lengua de Castilla, que en nada se parecía al bramido del jaguar, acalló por un instante el silbido de la serpiente, un sonido parecido al denso ulular del viento entre los árboles. Una cohorte de conquistadores descendió en botes, los remos al chapotear en el agua se parecían al chasquido del látigo, extraña premonición de lo que mas tarde ocurriría a los animales de la selva.

Los aventureros nunca habían visto un animal tan hermoso, por eso  llamaron “tigre” al jaguar.

Y su leyenda perduró en la extensa geografía de los llanos con los nombres de los ríos Tigre y Tigrillo…

Quisieron entonces poseer la piel de jaguar para adornar sus corazas, sus emblemas reales y las ventanas del castillo de popa de sus carabelas

La piel del jaguar era sin duda un valioso trofeo, emblema de la realeza incaica, símbolo de los jefes tribales. Sólo podía enjoyar a las vistosas adargas de los mejores cazadores de la tribu. Los más osados. Sólo aquellos valientes que se enfrentaban al jaguar tenían el derecho de llevar su piel como emblema del coraje.

Pero las armas llameantes de los conquistadores eran diferentes. Con ellas no había escapatoria. Con su rayo podían aniquilar a los animales desde una gran distancia. El jaguar intentó esconderse, escapar al luminoso bramido del arcabuz y al seco estampido del trabuco.

Pero todo era en vano. En amplia desventaja, uno a uno iban cayendo los animales más hermosos, los más grandes, los de piel más bella… Por eso Yawar Mallku creó esas largas cerdas que adornan la cara del jaguar. Así fue como el dios de los jaguares decidió proteger a los seres de la jungla con largos bigotes sensitivos.

Desde entonces los animales selváticos pudieron percibir las vibraciones extrañas, esconderse en la espesura, sentir los acres olores de la pólvora y la aceite con que protegían del herrumbre al metal de las corazas y los caños de sus arcabuces.

Gracias a la sensibilidad de sus bigotes, el jaguar pudo entonces orientarse a través de los intrincados senderos de la selva virgen. Sus patas avanzaban en silencio, sin hollar tan sólo la hierba fresca. Ni un sonido se escuchaba en la oscuridad, porque el jaguar, guiado por sus largos bigotes, podía deslizarse sin rozar siquiera la red de lianas que colgaban desde los altos árboles… Sin tocar siquiera los tallos ni las hojas.

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publicado por lanoel a las 15:54 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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Lanoël

ALEJANDRO LANOËL D’AUSSENAC
Escritor - Periodista: Licenciado en Ciencias de la Información. Reside en Palma de Mallorca. Durante 10 años fue Presidente de la Fundación Miguel Ángel Asturias. Dirigió la serie Cuadernos de Cultura del Instituto de Estudios Hispanoamericanos de Baleares. Tiene obras publicadas en España e Iberoamérica. Autor de libros didácticos, estudios críticos y diccionarios. L

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